Una escena de las 6 escenas de “ Tres escenas en la
vida de Alicia(s)”
Por Fanny Campos
Espinoza
“Tres escenas en
la vida de Alicia(s) “ de la autora penquista Ángela Neira-Muñoz, es un breve texto
dramático que se presenta dividido en 6, lo que obviamente no concuerda con el
título, un evidente gesto ilógico, como la lógica de los sueños. Se trata de la
la pesadilla de la personaje Alicia, desdoblada en tres (Alicia 1, Alicia 2,
Alicia 3), que nos habla de la violencia que ha sufrido desde niña.
Pez Espiral es
una de las editoriales independientes que mejor trabaja la materialidad y
visualidad de sus libros, logrando un diálogo coherente con las obras que
contienen, sin que ésta sea la excepción, ya que en este caso, en sus cuidadas
guardas se puede apreciar una multiplicidad de letras “A “, en diversas
tipografías, jugando con el concepto de multiplicidad de Alicias, de una manera
colorida, pero sobria, lo que refuerza a su elegante portada negra. No
obstante, tal como el cambio de tipografía no es suficiente para afirmar que se
trata de diversas letras, en el fondo, las Alicias de Neira-Muñoz no son más
que una.
En efecto, el
título no es lo que promete: tal como no son tres escenas, en el fondo, tampoco
son varias Alicias; y finalmente, la obra poco tiene que ver con Lewis Carroll.
Sospecho que el título es parte del engaño con el que nos desconciertan los
sueños.
La idea de
multiplicidad que denota el título (Alicia(s)) y la existencia de tres
personajes diferentes numerados Alicia del 1 al 3, en realidad no es tal,
porque todas son la misma Alicia, y más aún todas las mujeres podríamos ser
Alicia.
Este punto se ve
reforzado en el coro femenino que la circunda a lo largo de toda la obra. Tal
vez ello explique que jamás encontremos una verdadera polifonía, como podríamos
esperar de la existencia de tres Alicias, sino todo lo contrario, una ausencia
de diversidad psicológica en cada personaje, lo que si bien pudiera parecer una
displicencia de la autora, quizá no sea más que parte de este mismo juego, tal
vez. Lo pienso por la evidencia del primer engaño.
La entonación con
ribetes de pesadilla naif parece ser el único hilo conductor de esta propuesta sobre
violencia de género, consabidamente ejercida contra los sujetos nacidos con
útero, por los poderosos, el estado, la iglesia, y en general, todo tipo de
autoridad mal entendida, desde la educación formal hasta los propios padres
incestuosos, y las madres cómplices de los secretos familiares, todo ello como
parte del modelo social patriarcal en cual nos toca crecer, callar, parir, y morir.
Así, en el fondo,
esta única Alicia al cubo, y multiplicada además por un coro de otras que son
al mismo tiempo parte de ella, inserta en su propio sueño-texto, dice que
cuando niña jugaba a modificar “Alicia en País de la Maravillas”. Situar al
personaje, además llamado Alicia (múltiple) en su propia pesadilla textual, y
por lo mismo, con la elección de apartarse drásticamente de un desarrollo aristotélico,
y sobrecargarse a lo onírico, pero sin dejar de enumerar los sufrimientos por
los que ha pasado en los distintos momentos de su vida, es a mi parecer, la
única indirecta proximidad con la obra de Lewis Carroll, expresamente citada
por la autora, en boca la personaje y sugerida desde el titulo. Este es otro
punto en el que el título promete algo que no hay. Insisto, el título en este
caso, ex profeso, parece ser parte del engaño con el que nos desconciertan los sueños.
Ahora bien, desde
mi experiencia de lectura, quiero hablar de la penúltima escena, que se
presenta como una
suerte de clímax, en la que quiero detenerme, aunque también brevemente.
Como ya señalé,
lo onírico cruza todo el libro, y esa especie de monótono vapor parece empañar el
espejo (que figuradamente siempre sostienen todas las Alicias, y literalmente
Alicia 1 en la última de las 6 escenas, y al que la autora nos invita a
mirarnos, según señala la escritora Nona Fernández en la contraportada)-, salvo
en esta escena 5.
Es como si esa especie
de neblina o vaho difuso, que no deja realmente ver el espejo con su inconsistencia
de estado gaseoso, se difuminara en la referida escena, para dar cabida a una verdadera
tormenta, cuyo realismo, ya no mediado por el ensueño, en su crudeza, tocara
sin retoques, en la mente del lector-espectador, una cicatriz aún muy abierta
en la memoria de Chile,
a saber, la
realidad que vivieron muchas de las mujeres torturadas durante la dictadura
militar de Pinochet, sufrimiento que se prolonga hasta nuestros días, al no
existir aún real justicia.
En esta escena
torturan a Alicia al punto de parir a la hija-hembra que le arrebató la DINA
sin siquiera poder conocerla. Imposible no recordar a Cecilia Bojanic Abad
detenida junto a su esposo 2 de octubre de 1974, cuando tenía 5 meses de
embarazo; Jacqueline Drouilly Yurich, detenida el 30 de octubre de 1974, con 3
meses de embarazo; María Cecilia Labrin Lazo, secuestrada el 12de agosto de
1974 y llevada a la casa de torturas de la DINA Calle Londres 38, en donde dio
a luz a una niña en marzo del 1975; Gloria Lagos Nilsson, embarazada de 3
meses, tomada como rehén para presionar a su compañero; Nalvia Mena Alvarado,
secuestrada junto con su esposo Luis Emilio Recabarren Gonzalez el 29 de abril
de 1976, cuando tenía 3 meses de embarazo (Villa Grimaldi);
Michelle Peña Herreros, con más de 8 meses de embarazo fue detenida el 20 de
junio de 1975 (Villa Grimaldi). Reinalda Pereira Plaza, 6 meses de embarazo al
momento de su detención el 15 de diciembre de 1976; Elizabeth Rekas Urra, 6
meses de embarazo cuando fue detenida el 15 de diciembre 1976.
Sabido es que la
tortura y desaparición fue sufrida por muchas otras personas detenidas en la Dictadura,
entre ellas varias mujeres, embarazadas o no, y fue ejercida sistemáticamente
por el aparato estatal militar chileno entre 1973 y 1990, pero la violación a
los derechos humanos no es la única violencia que ha-hemos tenido que soportar
como Alicia(s) a lo largo de su-nuestra historia, ya que la violencia de género
no se ejerce únicamente desde el Estado, sino ligada a otros ejercicios de
poder, ya no sólo sobre los cuerpos, sino también sobre las mentes de las mujeres
y niñas, desde la educación formal, pasando por la iglesia y sus sistemas
religioso simbólicos judeocristianos que insertan en las personas, pero sobre
todo en las Evas, la culpa; hasta los propios padres y madres, todo como parte
del modelo machista que violenta a las mujeres como género.
Esta es el primer
intento de Neira-Muñoz en el género dramático, y lo que me interesa rescatar acá,
es su temática valiente -y coherente, dada su afiliación al feminismo-, al
atreverse a tocar, desde una propuesta estética, la violencia de género, gesto
tan necesario para nuestra reflexión como sociedad.